el pintor delinea, llena y difumina".
(Carlos Mario Baena y Jorge Molina)
Acompañada de lápices, cartulina y su infaltable silla, monta su pequeño taller, como si el paso de los transeúntes y el constante bullicio de los vehículos no le incomodara en el momento de inmortalizar un rostro con sus manos. Cuando está dibujando, el tiempo parece detenerse; su esmero y dedicación en la elaboración de un cuadro, se traduce en tres o cuatro horas.
En uno de esos días lluviosos de mayo, Carlos Mario y Jorge, dos ciudadanos más de la multitud que mira pero no se detiene a observar, se topan con el lugar adornado por un sinnúmero de obras de personajes como: Pablo Escobar, Mario Cimarro, Andrés Escobar entre otros. El encanto de este entorno es evidente; los jóvenes curiosos de conocer más de este arte, deciden acercarse y saciar sus interrogantes. Doña Amparo, una señora de 45 años, morena y de corta estatura, los atiende con la calidez y amabilidad propias de un artista.
Una tenue llovizna aparece, las primeras gotas golpean el asfalto; los jóvenes lucen preocupados, la sesión puede echarse a perder. El temor es momentáneo, las nubes oscuras y sombrías que tienen al cielo bajo su dominio, se hacen a un lado. En medio de la charla, los jóvenes descubren que la práctica realizada por ella es fruto del rebusque, cruel realidad del país.
Los policías bachilleres, los empleados de Espacio Público, el niño que saborea un BON ICE de fresa, son algunos que detienen su andar y se maravillan ante tan llamativa técnica. Todo allí transcurre velozmente, suenan celulares, pasan personas afanadas, resopla el viento con fuerza, se escuchan radios desintonizados; solo una ojeada a la muestra es el resultado final de todo este trajín. Mientras tanto, Amparo y su puntiagudo lápiz, delinean ascendente y descendentemente sobre la cartulina. Será un personaje famoso o informal, eso no importa, lo relevante es la igualdad que asume con el realismo fotográfico.
La línea, el volumen, el color y el movimiento no dejan de aparecer y abarrotar los muros del edificio del Banco Popular. Cimarro, Pablo y Guillermo, no han podido mudarse de aquel lugar, esperan hacerlo pronto. En las aceras de la calle asfaltada, se presentan estallidos de color e inmanente creatividad de los pintores de caras cicatrizadas. Un joven se pasea con su hijo de ocho meses y una sentencia de muerte por motivos de salud, debido a la pérdida de un riñón ocasionada por un disparo, un lustrabotas se inclina ante la autoridad, los estudiantes universitarios recogen experiencias para sus prácticas educativas.
Una gran ronda de personas como si fueran todos una comunidad unida, se aglomera. Niños, jóvenes, adultos, todos se encuentran en el gran centro creativo. Amparo y Víctor parecen unos recreacionistas, vibran con la pintura, contagian a los peatones quienes pasan cada vez más rápido. El costal sirve de basurero, está repleto de lápices y el inagotable papel acumulado el cual ha caído bajo sus garras, las ventas no son las mejores.
Víctor, el otro artista de este lugar, es moreno, parece quemado por el sol, por la vida, por la lucha. $50.000 pesos, no es el premio de un seco de la lotería, es el precio a pagar por la dedicación y la paciencia de este par de personajes a quienes el hambre y la implacable sed no se han hecho presentes. Le huyen a la injusticia, a la desesperación, al autoritarismo, pero sobre todo a la falta de dinero. Las manecillas del reloj continúan su recorrido, el gran acontecimiento prosigue, la creatividad sigue trepando la pared, Pablo Escobar es expulsado, los jóvenes deciden retirarse.
La felicidad no existe, lo que existe son momentos de felicidad, las alegrías son exclusivas, afloran ante la venta, mediante las giras por los distintos lugares de la ciudad y del país, por el alimento ganado palmo a palmo. Por todas partes se les ve, sobresalen, como si los hubiesen sacado de dónde. Invaden calles, parques, puentes; despiertan comentarios, análisis, reflexiones; están juntos o separados; hacen masa o deambulan en el silencio.
No solo Amparo y Víctor se dedican a pintar, son seres humanos que cantan, lloran, ríen, sueñan, les da dolor de estómago, de muela, vómito, nauseas. Huyen y se muestran, se esconden y aparecen. Dibujan, recrean, multiplican la fantasía, expresan el ejercicio pintoresco el cual es irrenunciable.
De regreso, Carlos Mario y Jorge atraviesan la calle luego de haber descendido de la ruta 191 de Laureles; desde la ventanilla del automotor, puede verse la cabellera de Víctor quien poco a poco se aleja del lugar. Los estudiantes avanzan, se alegran al ver que Amparo se encuentra allí. La cartulina esta en su sitio, tiene forma humana, es el rostro del fallecido ex – Gobernador de Antioquia Guillermo Gaviria Correa. Esta congelado, necesita ser recordado en el instante en que todo se desvaneció. El muro está vacío, los cuadros amontonados en el piso hacen que la mirada se incline. Los empleados de Espacio Público se han hecho presentes, contemplan las obras, aún así no acceden a dejarlos colgar sobre el muro del gran edificio bancario.
En esta galería urbana no hay herencias picassianas o evocaciones renacentistas; sólo habita la recreación de una realidad imaginaria o de peticiones, plasmadas por medio de dos seres: Amanda y Víctor quienes mediante el lápiz y el color recrean el universo que les toco vivir, LA CALLE, SU VIDA.
[1] http:// Presentación de una pintura urbana: Balbina Lightowler Stahlberg. http://www.con-versiones.com/nota0092htm.
[2] URUEÑA, Rib Fernando. Trini, Luz http://www.latinartmuseum.com/trini.htm
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